El tiempo…

El otero del tiempo es el lugar privilegiado que mejor permite la percepción objetiva del comportamiento humano (siempre cojeando de pasiones fungibles, que nacen y mueren fugazmente sin dejar huella). 25 años después de un nacimiento por esquejes, mayalde conservan sin mácula las señas de una identidad inconfundible que ha hecho de ellos un islote incontaminado  en los mares procelosos de la música tradicional. Coherentes como pocos, en un territorio en el que pululan trajinantes que meten mano sin escrúpulos en la faltriquera de la tradición, han logrado marcar su estilo personal, dejando una huella indeleble que sigue dibujándose en su itinerario con la misma firmeza que el primer día de hace cinco lustros.

Si acaso, el tiempo transcurrido ha servido para ir asentando en ellos un conocimiento esencialmente empírico:  la experiencia vital de Pilar y Eusebio ha ido cimentándose en el magisterio de cientos de informantes que se han abierto a su sed insaciable de aprendizaje  con  idéntica generosidad que Mayalde derrochan en cada trasfusión (porque en definitiva cada concierto suyo es eso).

La herencia…

Mayalde son hoy un clan perfectamente cohesionado y entregado a la herencia antigua. Pilar y Eusebio, Laura y Arturo – padres e hijos- han firmado una alianza sin fisuras y demuestran una complicidad emocionante para unos tiempos de desintegración desoladora.

Alejados deliberadamente de la academia, de la erudición, de la disección de gabinete, del artificio, Mayalde han sido, son y prometen seguir siendo una exhibición exuberante de sinceridad y emoción, de honestidad como emblema, como marca esencial de la casa.

Firme correa de transmisión del acervo popular, cada una de sus lecciones magistrales sobre el escenario enciende nuevas llamas que servirán para seguir alumbrando el camino tortuoso por el que discurre la herencia de los antepasados.

Caja de Pandora de ritmos, sonidos y mensajes sin cifrar, sus conciertos son también una demostración de simbiosis magnífica entre el artista y su público. Pocos intérpretes de música tradicional pueden desplegar una liturgia tan bien asumida y ejecutada por parroquia tan fiel.

 

Mayalde y su público forman ya, 25 años después, una secta: la de los elegidos.

Juan Francisco Blanco
Filólogo y Etnólogo

Camino de la plata

(2005)

Camino de la plata

(2005)

El tiempo…

El otero del tiempo es el lugar privilegiado que mejor permite la percepción objetiva del comportamiento humano (siempre cojeando de pasiones fungibles, que nacen y mueren fugazmente sin dejar huella). 25 años después de un nacimiento por esquejes, mayalde conservan sin mácula las señas de una identidad inconfundible que ha hecho de ellos un islote incontaminado  en los mares procelosos de la música tradicional. Coherentes como pocos, en un territorio en el que pululan trajinantes que meten mano sin escrúpulos en la faltriquera de la tradición, han logrado marcar su estilo personal, dejando una huella indeleble que sigue dibujándose en su itinerario con la misma firmeza que el primer día de hace cinco lustros.

Si acaso, el tiempo transcurrido ha servido para ir asentando en ellos un conocimiento esencialmente empírico:  la experiencia vital de Pilar y Eusebio ha ido cimentándose en el magisterio de cientos de informantes que se han abierto a su sed insaciable de aprendizaje  con  idéntica generosidad que Mayalde derrochan en cada trasfusión (porque en definitiva cada concierto suyo es eso).

La herencia…

Mayalde son hoy un clan perfectamente cohesionado y entregado a la herencia antigua. Pilar y Eusebio, Laura y Arturo – padres e hijos- han firmado una alianza sin fisuras y demuestran una complicidad emocionante para unos tiempos de desintegración desoladora.

Alejados deliberadamente de la academia, de la erudición, de la disección de gabinete, del artificio, Mayalde han sido, son y prometen seguir siendo una exhibición exuberante de sinceridad y emoción, de honestidad como emblema, como marca esencial de la casa.

Firme correa de transmisión del acervo popular, cada una de sus lecciones magistrales sobre el escenario enciende nuevas llamas que servirán para seguir alumbrando el camino tortuoso por el que discurre la herencia de los antepasados.

Caja de Pandora de ritmos, sonidos y mensajes sin cifrar, sus conciertos son también una demostración de simbiosis magnífica entre el artista y su público. Pocos intérpretes de música tradicional pueden desplegar una liturgia tan bien asumida y ejecutada por parroquia tan fiel.

 

Mayalde y su público forman ya, 25 años después, una secta: la de los elegidos.

Juan Francisco Blanco
Filólogo y Etnólogo